martes, 25 de julio de 2017

Acabó todo, chica triste



El pintor miserable de tus calles
dibuja esbozos locos en tus lienzos.

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       ¿Vale la pena vivir por vivir,  ser pasado sin saberlo, despertar del sueño de la vida, convertirse en un asiduo de la barra de algún bar donde todos te sonríen y nadie te comprende, confesar que nunca rezaste por la muerte de una revolución, que te enamoraste de la sensación de volar porque siempre tuviste los pies en el suelo y aún te arrastras en tus propias huellas preguntándote donde está tu voluntad o el muchacho que fuiste?

Sabes, Laura, hablaré de Dylan como si le conociera, ¿a quién le importa que un día me cruzara con la sombra de un judío de Duluth? Alguna vez escuché en la playa  “Acabó todo chica triste” y me creí un tipo interesante, ya podía subir hasta mi casa, sin mirar atrás, como si llevara una guitarra al hombro y la cabeza llena de melodías.

Ahora todo lo que queda es aguantar en las trincheras, escribir acaso un cuento de amor con otros protagonistas para que podamos creérnoslo, pensar que respirar es hermoso, que somos bocetos irreflexivos dentro del cuadro que nunca hemos pintado.

 Han pasado muchos años desde nuestro primer encuentro, el mundo se ha ido alejando de nuestra capacidad de comprensión, pero tú sigues moviendo la emotividad del amor en el recuerdo. Es solo una canción, preciosa, eso sí, piensa que me gusta mucho,  pero no tengas en cuenta lo que dice, el poeta casi siempre se difumina y yerra, pero lo que cuenta es la belleza que podamos hallar en sus equivocaciones.

(Conversaciones con Laura - 15/11/2014 - Publicado 23/11/2015)

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Hablar de Bob Dylan, Fanny, siempre es un reto, sobre todo si te conjuras para no recurrir a la leyenda. Empiezo a sentirme un poco triste cuando percibo la conciencia que suelen tener los anglosajones de encontrarse ante algo irrepetible y decirlo antes de que sea demasiado tarde y a nosotros nos falta en el país donde los poetas lloran más y mejor, como decía un tal Mariano José.

“It's all over now, baby blue” es una canción de despecho en la línea de “It Ain't Me babe” (Ese no soy yo, niña) en la que muestra una capacidad extraordinaria para encontrar metáforas imposibles y para utilizar las puntas más afiladas de la belleza para devolver el daño que le han hecho. La calidad literaria de esta canción nos recuerda las múltiples veces que sonó el nombre de Bob Dylan como candidato al Nobel.

¿Qué falta le hace ese premio confuso y que tantas veces nos dio la impresión de que se jugaba a los dados al único e irrepetible trovador de Minnesota?  ¿Cómo pueden unos estirados suecos decantarse por alguien que con 25 años ya había demostrado que experimentaba una agonía placentera cada vez que cogía la pluma para hablar de amor?

Sí también yo creo que los pintores miserables de cualquier calle suelen descargar su frustración dibujando bocetos irreflexivos en las sábanas que compartieran con su última amante cuando nadie les hace caso y comen una vez al día. Ya ves, la gitanilla que toca la pandereta en el Harlem Hispano ha desplazado a esta chica triste en mis preferencias, después de tantos años juntos, de mantenerse imperturbablemente joven mientras yo envejecía. No me preguntes por qué, pero siempre he sentido un impulso irrefrenable de alinearme, como ese Dios huraño y desconocido, al lado de los que nacieron con un estigma en la frente.

24 de noviembre de 2014


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