Sentí mucha tristeza cuando murió Georges Moustaki, este
hombre que era griego, italiano, pastor, judío, egipcio, francés y, por
supuesto, español y, por lo tanto, poeta aunque no hubiera escrito verso
alguno, ni anduviera por los bares de madrugada, entre el alcohol y las risas y
caducas flores que ya no tenían espinas pero seguían haciendo daño como la
princesa de Joaquín, buscando a alguien que quisiera que le regalara su último
poema y su lucha agónica y perdida contra el monstruo de la indiferencia.
Me
despedí de ti lo más rápido que pude porque quería soltar una lágrima que
se había condensado en las arenas de mis ojos y no quería que la escucharas
caer, no sé si la sentimentalidad era la misma en nuestros brotes verdes cuando
reíamos y llorábamos con “Tiempo de lluvia”, “El sueño de Pilato” o
"Cabaret", pero en estos días se lleva bastante mal que se muestre una fragilidad por miedo a que provoque alguna que otra risita.
Pensé
en la noche que, en honor de su amigo Paco, cantó en algún lugar de nuestra
España "En Méditerranée", con su sonrisa llena de luz, con su
piel curtida y morena como la de los viejos marineros, con sus cabellos
desordenados como el muchacho soñador que tú conociste y murió sin darse cuenta
abducido por las calles y las rutinas. Estábamos delante del televisor pero nos
sentíamos donde sus palabras que intentaban unir a todos los habitantes de la
cuenca mediterránea, como si todos los hombres del mundo fuéramos como los
niños y creciéramos aprisa sin mirar hacia abajo sobre los ojos de un vencido.
Georges
ha muerto, ese viejo libertino, que nunca creaba historias de su fracaso eterno
con el amor, no hablaba de los secretos de una dama de la que, quizás, no
supiera ni cómo se llamaba ni cómo tenía la cintura, y amable y sonriente
aunque no renunciara nunca a lo que decía cuando creía haber hallado la
definición adecuada de sus sentimientos.
Ya sé, Laura, que sabías que yo lo amaba, como se quiere a
un hermano mayor que recorre el mundo y algún día derrochando el dinero vuelve
a la casa que lo vio nacer para estar en ella un ratito que desea que sea
agradable para todos los suyos, a quienes lleva allá adonde vaya con la rosa de
los vientos.
Tú sabes que el todo Ceuta de católicos caducos y un poco
pervertidos me ha considerado siempre un meteco, si pudiera esa ciudad me diría
que no tengo derecho a voto, aunque pague impuestos, y, aunque soy demasiado
mayor para ello, que desentierre mi casco y mi escudo cuando lleguen los persas
a la llanura de Maratón y luche por su libertad, no por la mía.
23 de mayo de 2013
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